Miles de familias en España deciden saltarse la ley y educar a sus hijos en casa.
¿Por qué la escuela no les hace falta?
Aquí comienzan una serie de entradas que componen un reportaje
sobre la educación en casa o «homeschooling»
(el término importando de Estados Unidos para nombrar esta práctica) en Euskadi. Podéis leerlo también en la Revista 12 pulgadas, tanto en el visor de publicaciones como en la web.
Son las diez de la mañana de un martes cualquiera. Andrea, que luce un cabello castaño poblado de caracoles gigantes a la altura de sus hombros, camina junto a Iñaki (causante genético de sus tirabuzones). Se dirigen al Ayuntamiento de su pueblo, donde deben hacer algunas gestiones. Al llegar, una funcionaria le ha preguntado: “¿No vas hoy al colegio?” y ella, que sonríe con a timidez precocinada de quien reconoce su verdadero encanto en el desparpajo, ha contestado: “Hoy no”. Su padre ha añadido que está un poco enferma. Lo que la empleada pública desconoce es que Andrea posiblemente nunca vaya a la escuela.
“Siempre tuvimos claro que no llevaríamos a nuestra hija al colegio, pero cuando cumplió tres años pensamos: no puede ser tan malo. Y la matriculamos. Fue dos días y ya no volvió más” explica Iñaki. Ahora Andrea tiene seis años y acude tres o cuatro días por semana a Laboragunea, un espacio amplio, diáfano, poblado de luz, juguetes y libros en una antigua nave industrial de Leioa donde más niños en su misma situación acuden durante las mañanas y algunas tardes para participar en sus talleres. Hoy se juntarán hasta quince a lo largo de las horas en un desequilibrio poderoso a favor de las chicas y edades que van de los dos a los trece años.
La vida sin escuela es una que difícilmente podemos imaginar y queda reservada a jóvenes artistas, deportistas, hijos de profesionales con trabajos itinerantes u otras circunstancias excepcionales. Ellos pueden seguir su formación a través del CIDEAD (la institución creada por el Gobierno para estos casos). Pero también hay familias que, sin reunir ninguno de estos requisitos, deciden tomar las riendas de la educación de sus hijos a sabiendas de que su tranquilidad pende de un hilo.
El derecho a la educación es universal y en España la sociedad ha establecido la escolarización obligatoria como mecanismo para garantizarlo. Todos los niños de entre seis y dieciséis años deben ir a un colegio homologado, a tiempo completo, de forma presencial y sus padres deben asegurarse de ello. Si no lo hacen están incumpliendo la ley.
“No es lo mismo tener un derecho que una obligación, que es en lo que se ha convertido la educación, entendida solo a través de un modelo de escuela” sentencia Alaia, madre de una niña de nueve años que jamás ha pisado un aula. Es educadora social y el carisma de Solasgune, la empresa de innovación educativa que también gestiona el espacio donde su hija Lorea juega con Lucía y otos trece pequeños más. Cabe preguntarse si es como Sansón (Alaia peina una trenza que cubre y traza su columna vertebral) porque cuando habla se apodera de las palabras, que se vuelven poderosas y sostienen un discurso de rebelión. “Cuando tomas una decisión tan importante como esta, de vivir fuera de lo convencional, toca apechugar” asegura y en ello coincide Mamen, madre de un niño de pupilas de tamaño y color ballena que asegura no tener miedo a la ley porque lo máximo que le pueden exigir es que lo lleve al colegio y “ante la amenaza de perder la custodia de los hijos, no hay nadie que no escolarice”, puntualiza Alaia.
Aunque también hay casos que van más allá. Mamen, por ejemplo, asegura: “Si hace falta me cambio de país” y es que por desesperado que parezca, cambiar de lugar de residencia para seguir educando en casa a los hijos es una estrategia que algunas familias llevan a cabo para despistar a la administación. Juan y Celia son padres de dos hijas que se fueron a vivir a otra comunidad autónoma para esquivar a las instituciones vascas, e incluso han fingido mandar a su hija mayor a estudiar a otro país cuando en realidad, sigue viviendo con ellos. Dadas las circunstancias, prescindir de la escuela podría ilustrar perfectamente un libro de aventuras.
“Cualquier persona tiene la obligación de dar a conocer a las autoridades que un niño o niña no van a la escuela· explica Madalen Goiria, doctora en Derecho Civil por la UPV que dedicó su tésis doctoral al encaje legal de la educación en el hogar. “A veces son los propios familiares, que no aceptan la situación, quienes denuncian y otras veces un cruce de datos entre administraciones lo descubre por casualidad. Pero vamos, Inspección (educativa) no se dedica a cazar”.
¡Mójate!