En Bilbao está prohibido hacer funerales con el cuerpo del fallecido presente. Tal vez por eso los asistentes sienten que sin éste delante, pueden relajarse y vivir con naturalidad la ausencia por siempre jamás. Algunos muestran tristeza y otros comentan vida y milagros de quien ya no escucha.
El día de ayer quedará escrito en la historia de la villa por ser uno de los que más personas arrojó a la calle. Los aledaños de la Catedral de Santiago registraban un bullicio impropio de un lunes de labor las horas previas al mediodía. Era el funeral público de Iñaki Azkuna, un “bilbaíno ilustre”, considerado no sólo mejor alcalde de Bilbao para muchos sino también del mundo.
Las nubes espolvoreaban lágrimas de lluvia sobre la ciudad y de tanto en tanto, el ciudadano echaba la vista arriba para atisbar sus amenazas. En el trayecto que la pupila recorría entre el húmedo adoquín y el cielo, se topaba con decenas de balcones engalanados con el rostro de Azkuna, mensajes de cariño y reconocimiento y banderas de la villa que decían sentirse huérfanas.
“Esto es un no parar” resoplaban los camareros del ‘café Bizuete’ mientras recorrían la barra de un extremo a otro repartiendo cafés, pintxos y cruasanes. De cuando en cuando reconocían a algunos clientes habituales. “Estos cafés son para Jose y Aparicio, y esta caña para Paco”. Aunque ayer muchos más estaban de paso. El establecimiento está en la misma plaza de la catedral que recibió custodiada por una policía municipal vestida de gala a numerosas personalidades (Juan José Ibarretxe, Iñigo Urkullu, Soraya Sáenz de Santamaría, el juez Grande Marlaska, deportistas, artistas…). Aunque el protagonismo se repartía a partes iguales entre la memoria del fallecido alcalde y los Príncipes de Asturias.
El ambiente era confuso, de un lado existía solemnidad: los cantos procedentes del interior del templo invadían tanto sus alrededores como los de la Plaza Nueva, donde se había instalado una pantalla gigante para seguir el oficio. También se sentía el nerviosismo: desde el teatro Arriaga, donde se habían dado cita las autoridades, agentes de la Ertzaintza custodiaban los accesos al Casco. E incluso rondaba algo entre las esquinas que evocaba a festejo: la gente consumía en los soportales de la Plaza Nueva vino y pintxos, las mujeres gritaban “¡guapo!” al príncipe y aplaudían a la estrella mediática Joseba Solozabal. En algún momento también llegó a ser casposo: “aquí hay que venir como a los toros, con capucha”, cuchicheaba Laura para ser oída por quienes habían desplegado sus paragüas y les impedían a ella y su marido, ver con claridad.
El cariño y el respeto se impusieron cuando el obispo, Mario Iceta, inició el oficio. Entonces todos aquellos que habían ido a aplaudir se dispersaron y regresaron a sus quehaceres mientras los otros atendían silenciosamente y maquillados de gesto serio la misa. Entre siete y nueve mil personas abarrotaron ayer ‘el botxo’ para despedir a “un hombre honesto y un político comprometido” que “siempre saludaba cuando iba por la calle”, “era un bilbaíno genuíno” e incluso podía “repartir el roscón por las fiestas” si le caías en gracia.
Aunque hasta ahora sólo se han recogido halagos y recuerdos preñados de amor, Azkuna también tenía enemigos que lo tildaban de «déspota». Gobernó con puño de hierro, manteniendo a su lado a un selecto grupo de consejeros que, quién sabe ahora cómo se las apañarán para conservar eso que tanto ansían los de su casta: el poder. Dentro de su partido, Azkuna tenía opositores incluso antes de ser alcalde que ya trataron de impedir su candidatura tildándolo de «nacionalista tímido». Sin embargo sus éxitos y carácter han logrado que por años nadie discuta su liderazgo en la capital vizcaína. Bien le ha valido al PNV conservar a su cardiólogo favorito, el que mejor supo tomar el pulso a una ciudad sometida a un sinfín de arritmias.
En España no abundan homenajes como éstos a los políticos, menos a los alcaldes y encima protagonizados por sus vecinos. El de Iñaki Azkuna, un alcalde que murió ejerciendo su cargo, quedará ligado al de Tierno Galván en Madrid. Los dos únicos alcaldes de capitales que han recogido el cariño de una mayoría ciudadana por encima de su signo político.
¡Mójate!